Las últimas semanas han estado repletas de enriquecedores viajes por tierra por diversas razones. Recorriendo volcanes, montañas, páramos parcelados, secciones del Chocó Andino, potreros agrícolas invadidos por edificios y construcciones, todo amenazado por la expansión de la frontera urbana, no pude evitar cuestionar el por qué de la inacción de nuestros representantes en las distintas instituciones del Gobierno para actuar al respecto.
Somos, no solo los ecuatorianos, sino en general todos los países en vías de desarrollo, el producto de décadas de políticas antropocentristas, que buscaban solamente el desarrollo de la sociedad, sin pensar a largo plazo en como eso nos afectaría como humanidad. No critico aquellas políticas, por que eso no me corresponde a mi. Sé muy poco de economía, siempre me incliné hacia otros tipos de ciencia sociales. Sin embargo, creo que ya es hora (incluso ya se pasó la hora) de cambiar las políticas frente a la extracción desmesurada y poco ética de recursos naturales, tomando una visión más holística y amplia, entendiendo que el desarrollo si va de la mano con la conservación (y si no va, se busca la forma por que vamos a terminar extinguiendonos como especie si no).
Mi activismo empezó en 3er curso de la secundaria, cuando sin entender mucho de política, una amiga y compañera muy cercana me introdujo al slogan “Dile si al Yasuní”. Yo tenía 14, y me había declarado rebelde y revolucionaria por convicción. Me sentía incomoda en el colegio en el que estaba, no entendía la poca consciencia social y ambiental con la que nos educaban (principalmente, por que en mi casa la historia era otra). Así que ahí fue cuando tomé al medio ambiente como mi bandera de rebeldía (cosa que casi y me cuesta la expulsión del colegio – pero esa es otra historia). A los 16 ya era jefa de redacción del periodico escolar y mis más brillantes piezas se enfocaban en el Caso Chevron, la propuesta de gobierno de un caudillo latinoamericano que nos vendió humo con la Iniciativa Yasuní-ITT, además de otros artículos altamente críticos sobre la guerra en Siria y política internacional – cosas que para esa edad, a pocos les interesaba pero siempre me aferré a la idea de que mi rebeldía debía estar bien fundamentada; si me iba a ir en contra del sistema en el que me educaban en el colefio, debía ser por las causas correctas (además del amor al punk).
El tiempo pasó y aunque seguía escribiendo artículos sobre los fallos en cortes internacionales sobre desastres naturales en Ecuador y la evidente corrupción de los tribunales locales que eran publicados de vez en cuando en revistas ambientalistas, sabía que lograba muy poco. Intenté involucrarme más con el tiempo. Me empeñaba en buscar a los actores de estas iniciativas que venían desde la sociedad civil, que un tiempo después fueron brutalmente criminalizados por el mismo genio macquiavelíco que nos vendió la Iniciativa Yasuní-ITT como política de gobierno. Nunca sentí que tuve mucha incidencia, aunque era lo que alimentaba mi alma.
Ya estudiando Derecho, tuve la suerte de ser acogida bajo la tutela de uno de los mejores abogados en materia de derecho ambiental y derechos humanos. Junto a él pude evidenciar el horror de la corrupción dentro de la política en cuanto a extractivismo, sin importar si dentro de esos territorios habitaban comunidades indígenas ancestrales o no. Venga lo que venga en nombre del desarrollo. Pero, desarrollo para quien? Por que los que quedaban ahí, sin acceso a agua limpia, a un aire saludable, a recursos de alimentación, no eran los que recibían los beneficios de la explotación y el maquillaje del Catastro Minero.
La vida siguió y ahora estoy aquí, sentada en mi sala, viendo el atardecer sobre la ciudad mientras pienso en que el activismo ya no es suficiente. Somos tantos con una consciencia ambiental y social distinta a lo que se ha predicado en el país por el último siglo y medio, pero muy pocos los que están dispuestos a involucrarse en la política, principalmente por que se sabe a vivas voces, que está corrompida desde su fundamento.
En estos viajes que menciono, pude ver ecosistemas completamente opuestos pero afectados gravemente por falta de políticas de conservación. Vivimos en un país privilegiado: 4 regiones distintas, repletos de focos de biodiversidad, especies endémicas (en peligro de extinción), tribus y comunidades ancestrales con una riqueza cultural incomparable. Todo esto colgando de un hilo.
Es ya más de una década desde que se empezó a hablar de iniciativas de conservación como políticas de Estado. Tristemente, se han quedado solo en discursos populistas. No es de ahora ni de este gobierno, se ha venido arrastrando desde mucho atrás. Se ha ligado al desarrollo al hiper extractivismo (y como no, si cuando empezó la explotación petrolera en la selva del Amazonas en el Gobierno de Rodriguez Lara, aka Bombita, se trajo el primer barril en un parsimonioso desfile como si fuese el santo salvador del subdesarrollo del Ecuador post-republicano).
El problema es que no podemos seguir así, contandolo como anécdotas de la historia del país, es hora de cambiar el curso de “desarrollo”, tal y como lo hemos tenido concebido hasta ahora.
Tristemente, ahora tenemos Ministros altamente especializados y preparados en sus áreas y ambitos de accion, pero poco les ha importado tener una postura firme frente a la conservación. Con evasivas y discursos engañosos sobre sostenibilidad, siguen entregando licencias de exploración y explotación mineras por debajo de la mesa, mientras figuretean en eventos internacionales y se jactan de ser de avanzada en cuanto a su política.
Yo lo se, entiendo que necesitamos un sustento económico fijo con el cual es Gobierno pueda trazar su presupuesto general y así, garantizarnos nuestros derechos básicos para que de ahí, podamos gestionarnos nuestra propia vida. Mientras menos se meta el Gobierno, mejor (el paternalismo es el cáncer del país). Se que esos derechos básicos, como salud, educación, alimentación, etc, jamás podrán ser garantizados si el Gobierno no tiene recursos, pero vamos, hay otras formas más amigables de hacerlo que no signifiquen la destrucción sistemática de la Naturaleza, no?
Se necesitan dos dedos de frente y una noción básica de economía para saber que ningún recurso jamás es infinito, es decir, siempre se va a terminar. Y sin embargo, y a sabiendas de esto, los hombres a cargo de la política en el Ecuador (si, digo los hombres por que hay muy pocas mujeres en el gabinete presidencial y el resto de poderes del Estado), se niegan a verlo y eligen pecar de ingenuos para seguir con lo fácil: seguir conscecionando nuestro patrimonio natural a empresas internacionales que vienen a explotar los recursos, pagarnos “algo” y ellos forrarse en dinero.
Se que no me estoy inventando el agua tibia, hay países que ya lo hacen. Tampoco es cuestion de decir “somos 100% verdes” de la noche a la mañana y hagase la magía. Son procesos que requieren de mucha planificación y organización, pero sobretodo, disciplina y transparencia, algo que parece ser inexistente en nuestros representantes a la fecha. La política debe abrazar la conservación como un modelo real de sustento para el país, empezar por acciones concretas pero conscisas que tengan un impacto y sirvan de ejemplo para que se convierta en una opción tan atractiva como el extractivismo puro y duro que nos han vendido por décadas como la salvación al subdesarrollo (lo repetiré hasta el cansancio por que son puras mentiras).
No hace falta más que googlear países como Costa Rica o Islandia para entender que la política y la conservación van de la mano de la manera más armoniosa posible. Requieren mucho esfuerzo, trabajo y dedicación, pero como en toda buena relación, seguro que lo que se va construyendo vale la pena. Así, cuando las próximas generaciones miren atrás y cuenten la historia de su país, puedan estar orgullosos de que sus predecesores se encargaron de dejarles un paraíso en crudo, un oasis de vida en medio del caos en el mundo. Somos un país altamente privilegiado: estamos rodeados de naturaleza, solo tenemos que conservarla.